Según el título del libro, el profeta Oseas Ben Beerí ejerció su actividad en el reino del norte, durante el reinado de Jeroboán II (782-753); al dar la sincronía del reino meridional, prolonga la actividad hasta Ezequías (727-698).
Jehú, jefe militar de una guarnición, se levantó a vengar violentamente crímenes pasados y selló la venganza haciendo asesinar a Jezabel en el campo de Yezrael. Fundó una vigorosa dinastía que contó cinco reyes y duró casi noventa años (841-753); el penúltimo rey de la dinastía fue dicho Jeroboán II. Durante su reinado restableció las fronteras nacionales, desde el Paso de Jamat hasta el Mar Muerto, sometiendo de nuevo el reino transjordánico de Moab.
Con la paz vino la prosperidad y con ella graves diferencias sociales, lujo y explotación, confianza en bienes de la tierra, corrupción de costumbres. Pero también cultivo de las artes; con dependencia extranjera en las artes plásticas, con soberana maestría en la literatura. En este siglo comienza o se consolida una era clásica literaria, que culminará al sur con Isaías, y que cuenta con poetas tan importantes como Oseas y Amós, y magníficos narradores como los autores de tantas páginas incorporadas en los libros de los Reyes.
A la muerte de Jeroboán II comienza la rápida decadencia del reino septentrional. Su hijo y sucesor, Zacarías, es asesinado a los seis meses de reinar, y el asesino usurpador dura un mes. En treinta años se suceden cuatro dinastías por asesinato y usurpación. Entretanto crece el poderío de Asiria y su afán expansionista: el año 745 sube al trono Teglat Piléser III (745-727), artífice del nuevo imperio asirio. El reino septentrional deja de existir el 722. El título del libro, con su cronología parcial, da a entender que la actividad de Oseas continuó tras la muerte de Jeroboán II; de hecho en sus páginas se reflejan los cambios violentos de dinastías. No sabemos si el profeta llegó a contemplar la destrucción de su patria.
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